Mi
hija pequeña nació por cesárea cinco semanas antes de la fecha prevista. En la
semana 34 ingresé en el hospital por un cólico nefrítico, donde estuve 7 días
hasta que cumplí las 35 semanas. No se pudo esperar más.
En
nada se pareció a lo que había aprendido en el curso de preparación al parto.
Ni siquiera se pareció a mi primera experiencia, cuando nació mi hija mayor en
la semana 42, también por cesárea, prácticamente de urgencia para evitar
sufrimiento fetal. Con esto quiero decir que ni todos los partos son iguales,
ni tienen por qué parecerse al “ideal” que nos enseñan en las clases prenatales,
lo cual tampoco tiene por qué significar trauma alguno.
La
niña pesó 2,980 kilogramos y midió 48 centímetros. Justita dentro de la media.
A pesar de todo, la catalogaron como prematura, con los cuidados que ello
requiere.
Con
este panorama, lo normal era pensar que no subiría la leche. Prematura ella,
con una cesárea antes de tiempo yo, sin haber segregado una gota de calostro
durante el embarazo, se antojaba el cuadro perfecto para criarla con biberón.
Pero no fue así.
Cuando
pude me la puse al pecho para estimular la subida de leche, y el calostro
apareció entonces al cabo de unas horas. Tres días después “subió” la leche. La
paciencia, las ganas de amamantar y, por supuesto, las hormonas, ganaron la
partida, a pesar de las “sugerencias” de algunas enfermeras, las visitas y
hasta parte de la familia por mantener el biberón. La lactancia materna había
comenzado con éxito. Y tan felices.
No hay comentarios:
Publicar un comentario