La recuperación de mi cesárea duró
unas tres horas, tiempo que permanecí en una sala de recuperación
post-anestésica, separada de mi bebé. Sin pretender crear polémica sobre tal
actuación, sin duda no es lo más recomendable para estimular la subida de la
leche y estrechar el vínculo entre la madre y su recién nacido.
A pesar de que en plena cesárea pedí
expresamente que no le dieran ningún biberón hasta que me volviese a
reencontrar con mi bebé, la pediatra me advirtió que si en ese tiempo veían que
“le bajaba la glucosa” tendrían que darle uno. No me quedó más remedio que
confiar en los profesionales, segura de que tomarían siempre la mejor decisión
para preservar la seguridad de mi bebé.
Cuando
me subieron a la habitación me encontré con un padre feliz por haberle dado su
primer biberón (que por cierto conserva como un trofeo). “Es que le había
bajado la glucosa”, me dijo.
A
partir de ese momento, y así cada tres horas, las enfermeras traían el biberón,
calentito y listo para su toma, tanto de día como de noche. Y todo hay que
decirlo, también me ayudaron a estimular el pecho cuando supieron que mi
intención era amamantarla y salir del hospital con lactancia materna exclusiva.
La
segunda madrugada, de las tres que pasamos en el hospital, la dediqué por
completo a “enseñarle” a mi bebé cómo coger el pecho. La estimulaba, se lo
ponía en su boquita, me apretaba el pezón para que saliera un poco de calostro,
le humedecía los labios, me reía con ella, le daba besos y la acurrucaba entre
mi pecho. Aquella noche no la olvidaré jamás. El padre dormía a nuestro lado.
Poco
a poco, tomaba más pecho y menos biberón, y el día que salimos del hospital no
tuve necesidad de darle ninguno más. Llegamos a casa y lo único que comía era
la leche de mamá. Qué felicidad.
Gracias por el consejo. Yo pensaba que si su primer alimento era el biberón ya luego no quería el pecho. Lo tendré en cuenta si me sucede lo mismo.
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