Cuando
comencé a trabajar me di cuenta de que no tenía tiempo de preparar cada día la
papilla de mi bebé. Busqué entonces una manera de seguir dándole mis papillas
caseras, pero sin dejarme la piel en ello, asegurándome, además, de que fuese
igual de nutritivo, que es de lo que se trata. Tras preguntar, asesorarme y ver
cómo lo hacían las mujeres de mi alrededor, conseguí mi propia manera, y hasta
ahora, todo han sido ventajas: las hago un par de veces a la semana y las
congelo.
La cosa es fácil, pero tiene su
técnica. Primero cuezo los ingredientes a la manera tradicional: en una olla o
al vapor, según las características y la cantidad que vaya a preparar. Después,
lo bato y elaboro la papilla. Una vez que obtengo la consistencia deseada, la
distribuyo "caliente" en los envases de Avent, perfectos para
congelar, porque además de estar fabricados con un material que permite la
congelación, te indican la medida, cosa que resulta bastante práctica. Los hay
de 180 y de 240 ml. Luego espero a que se enfríen, los tapo bien y directo al
congelador.
Como cada vez que elaboro las
papillas me salen unos 5 o 6 tarritos, guardo 2 en la nevera y los otros los
congelo. Así, me aseguro de que ese día que las preparo y al día siguiente se
las come recién hechas, porque si la preparo "hoy", una se la come
"hoy" y la otra se la come "mañana". Es una tontería
congelar hoy algo que se va a comer mañana, porque entre que lo congelo y lo
descongelo, ya han pasado las 24 horas recomendadas para que un alimento se
congele de forma adecuada.
Cada mañana, antes de irme al
trabajo, tengo como rutina sacar la papilla del congelador para que se
descongele a temperatura ambiente. Así, a mediodía cuando voy a casa ya está
descongelada y lo que hago es calentarla y ya. Alguna vez se me ha olvidado,
con las prisas, y la he sacado justo antes de dársela. No pasa nada,
simplemente la descongelo en el microondas. Otra forma es descongelarla al baño
de maría, dentro del mismo envase.
Si vamos a salir de casa, sacamos el
tarrito del congelador y nos lo llevamos. Se va descongelando igualmente a
temperatura ambiente y allí donde estemos, a la hora que se la vayamos a dar,
buscamos donde calentarla (confieso que alguna vez no he encontrado donde
calentarla y se la he dado a temperatura ambiente. No le ha sentado mal y se la
ha comido tan feliz). Eso sí, en cualquiera de los casos, debemos agitarla muy
mucho, para que no queden grumitos. Si está calentita se agita mejor.
Yo me organizo para cocinar y
congelar papillas dos veces a la semana, que mi bebé come siempre a mediodía y
algunas veces también en la noche. Cada mamá sabe cómo organizarse y cuántas papillas
debe hacer cada vez. Si sólo nos da tiempo de hacerlas una vez a la semana, con
aumentar un poco las cantidades para que salgan más envases, es suficiente.
Recordad que el día que las hacéis
debéis aprovechar para dársela recién hecha, y guardar en la nevera una o dos,
para la cena o para el día siguiente. El resto, debéis congelarlas e ir
sacándolas cada mañana, para que se descongelen solas. Así hasta que se acaben,
y vuelta a empezar.
Por cierto, no esperéis a que se acaben,
hacedlas cuando quede al menos una en el congelador, porque si no, un día nos
quedamos sin papilla y puede resultar un escollo. Y como tenemos mil cosas en
la cabeza y poco tiempo, es factible que se nos olvide. En ese caso, no os desesperéis.
Tened una "papilla de emergencia", de cualquier marca. Yo tengo una o
dos, por cualquier cosa que pueda suceder. No es lo ideal, pero uno nunca sabe,
tampoco pasa nada porque un día se coma una industrial. Eso sí, mi bebé es muy
feliz cuando las hace mamá, ya está acostumbrada a su sabor.
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