Cuando mi bebé tenía 4 meses y medio viajamos
15 días de un continente a otro, de Europa a América, de España a Venezuela.
Durante los preparativos tuve mucho miedo, pensaba que si mi bebé estaba con lactancia
exclusiva y, por la razón que fuese, en un momento dado yo no podía darle el
pecho ¿qué le íbamos a dar de comer? allá tan lejos sobre todo. Algunas voces
me recomendaron que me llevara un bote de leche, que metiera en la maleta
algunos potitos y hasta que adelantara la introducción de la alimentación
complementaria “por si acaso”. Pero una amiga que había hecho el mismo
trayecto, en las mismas circunstancias, me contó su experiencia y me dijo: “tranquila,
todo va a salir bien”.
Confiada, hice las maletas (sin meter nada de
lo que me habían dicho) y nos subimos al avión. La primera ventaja fue que
tanto en el despegue como en el aterrizaje le di el pecho y no tuvo dolores de
oído ni problema alguno (a diferencia de otros bebés que iban en el avión y no
estaban con el pecho). Durante el trayecto (de 8 horas) jamás lloró, porque
apenas yo veía que mi bebé estaba incomoda le daba el pecho y asunto arreglado.
El resto de ventajas llegaron enseguida:
nunca tuvo problemas digestivos ya que en ningún momento bebió agua (que hasta
a los adultos nos afecta el cambio de agua en los viajes); allá donde durmiéramos
ella lo hacía plácidamente junto al pecho de su mamá; cuando tenía hambre
indistintamente de dónde estuviéramos ella siempre tenía su comida lista; si
algo le resultaba extraño con acercarse al pecho de mamá ya no lo era tanto, y
quizá treinta ventajas más, todas inherentes a la lactancia exclusiva fuera de
casa. Así, fuimos a la playa, a la piscina, al parque, al teleférico, de cenas,
de visitas varias y hasta al teatro.
A la vuelta y con mi bebé algo más mayor hemos
hecho varios viajes más: en coche, en tren y, aunque ya hemos introducido la
alimentación complementaria, el pecho de mamá siempre ha sido vital para
facilitar las vacaciones familiares. Y es que cuando estamos fuera de casa, y
el bebé fuera de su rutina, no es tan fácil darle de comer a la hora precisa, en
el lugar ideal y en el momento justo. A veces podemos tener la papilla
calentita en el momento que el bebé la quiere y está dispuesto a comerla. A
veces. En el resto de los casos (la mayoría) darle el pecho es la mejor opción
y, una vez que hemos llegado al lugar apropiado (donde nos hospedamos, por
ejemplo) le damos su alimento complementario, que disfrutará y aprovechará mejor
porque, con toda seguridad, acto seguido dormirá “como un bebé”, y tan feliz.
El bebé y toda la familia. Un dato: si va a ser mucho el tiempo que estaréis
fuera del lugar de hospedaje, además del pecho, podéis practicar babylead-weaning, así el bebé podrá probar trocitos de nuestra comida con lo que, además
de alimentarse, se divertirá.