Cuando
mi bebé ya estuvo en casa, comencé a dudar sobre si mi pecho la estaba
alimentando lo suficiente o le hacía falta un biberón “de ayuda”, tal y como me
“recomendaban” las abuelas.
Sin
decir nada a nadie, llevada por la duda y quizá también por algo de aquello que
llaman “depresión postparto”, me fui con mi bebé al centro de salud. Había
escuchado que había un grupo de apoyo a la lactancia materna. Pero era verano,
y la encargada no volvería sino hasta septiembre. Mucho tiempo para saber si mi
bebé se alimentaba bien, o no.
Ante
mi “desespero” por que alguien me dijera algo, la recepcionista, muy
amablemente, llamó a la enfermera que se encontraba en ese momento en el centro
y le contó la historia. Al momento, estaba yo sentada frente a ella, llorando
por no saber si estaba siendo capaz de alimentar a mi bebé adecuadamente.
Más
de media hora me dedicó aquella mujer -que hoy sigue siendo nuestra enfermera-
enseñándome una buena colocación: sentarme recta y con los pies en un reposapies, a colocar el
ombligo de mi bebé junto al mío, a colocar el pezón en su boquita y asegurarme
de que chupaba toda la areola, a escucharle y ver su orejita moverse al tragar y
a reconocer cuando hay una “transferencia efectiva” de leche.
Me
dijo también algunas cosas que me tranquilizaron: “tu bebé tiene la piel
turgente y hace pompitas con la saliva, eso significa que está bien alimentado. La
lactancia materna no se considera instaurada hasta, al menos, pasados 20 días
después del nacimiento”. A partir de entonces, cada día fue un día ganado para
aquella meta.
Semanas
después, y a pesar de que la lactancia materna estaba suficientemente
instaurada -según las palabras de nuestra enfermera- busqué más apoyos, y
conseguí un grupo que, a día de hoy, considero de los mejores en este tema: la liga de la leche. Me habría gustado conocerles antes del nacimiento de mi bebé,
pero me encanta asistir a sus reuniones, porque me ayudan a convertirme en una
“experta”. Os lo recomiendo con los ojos cerrados, hacen reuniones en muchos
distritos de Madrid y otras ciudades, las horas que pasamos allí no tienen
precio. Cuando mi bebé y yo asistimos a la liga de la leche somos muy felices, porque
contando nuestras experiencias aprendemos un poquito más y, a su vez, ayudamos
a otras mamás.