"Consejos desde la experiencia para mamás inquietas que se preguntan cómo alimentar a su bebé sin morir en el intento"

jueves, 27 de febrero de 2014

Máxima 7: ante cualquier duda sobre la lactancia materna, debemos pedir ayuda


Cuando mi bebé ya estuvo en casa, comencé a dudar sobre si mi pecho la estaba alimentando lo suficiente o le hacía falta un biberón “de ayuda”, tal y como me “recomendaban” las abuelas.
Sin decir nada a nadie, llevada por la duda y quizá también por algo de aquello que llaman “depresión postparto”, me fui con mi bebé al centro de salud. Había escuchado que había un grupo de apoyo a la lactancia materna. Pero era verano, y la encargada no volvería sino hasta septiembre. Mucho tiempo para saber si mi bebé se alimentaba bien, o no.
Ante mi “desespero” por que alguien me dijera algo, la recepcionista, muy amablemente, llamó a la enfermera que se encontraba en ese momento en el centro y le contó la historia. Al momento, estaba yo sentada frente a ella, llorando por no saber si estaba siendo capaz de alimentar a mi bebé adecuadamente.
Más de media hora me dedicó aquella mujer -que hoy sigue siendo nuestra enfermera- enseñándome una buena colocación: sentarme recta y con los pies en un reposapies, a colocar el ombligo de mi bebé junto al mío, a colocar el pezón en su boquita y asegurarme de que chupaba toda la areola, a escucharle y ver su orejita moverse al tragar y a reconocer cuando hay una “transferencia efectiva” de leche.
Me dijo también algunas cosas que me tranquilizaron: “tu bebé tiene la piel turgente y hace pompitas con la saliva, eso significa que está bien alimentado. La lactancia materna no se considera instaurada hasta, al menos, pasados 20 días después del nacimiento”. A partir de entonces, cada día fue un día ganado para aquella meta.  
Semanas después, y a pesar de que la lactancia materna estaba suficientemente instaurada -según las palabras de nuestra enfermera- busqué más apoyos, y conseguí un grupo que, a día de hoy, considero de los mejores en este tema: la liga de la leche. Me habría gustado conocerles antes del nacimiento de mi bebé, pero me encanta asistir a sus reuniones, porque me ayudan a convertirme en una “experta”. Os lo recomiendo con los ojos cerrados, hacen reuniones en muchos distritos de Madrid y otras ciudades, las horas que pasamos allí no tienen precio. Cuando mi bebé y yo asistimos a la liga de la leche somos muy felices, porque contando nuestras experiencias aprendemos un poquito más y, a su vez, ayudamos a otras mamás.

lunes, 24 de febrero de 2014

Máxima 6: las grietas en el pezón acaban curándose


     Fue ponerme a mi bebé y comenzar a dolerme el pecho. Más el izquierdo que el derecho. No sé por qué. Durante el embarazo me había estado aplicando una de las mejores cremas del mercado para el cuidado del pezón y la prevención de las grietas. Se suponía que no iban a aparecer. Pero aparecieron. 
     Comenzaron a salir en el hospital. Cada vez que mi bebé mamaba, el dolor era más fuerte. Las primeras horas, además, estaba acompañado de un dolor en el útero, que si no es porque sabes que “es bueno”, acabarías pensando que algo va mal.
     Mi mente me decía que tenía que ponerla al pecho, que esas primeras horas eran vitales para la “subida” de la leche. Pero mi cuerpo se negaba, era como si huyera de aquello que le producía dolor. Afortunadamente la mente ganaba la partida, ayudada por el instinto y el amor de madre.
     Cuando llegamos a casa, al tercer día, el pezón izquierdo sangraba un poco, con lo cual rehuía a ponerla de ese lado. Al cabo de las horas, se vaciaba más el derecho a la vez que se llenaba más el izquierdo. Me la ponía entonces “un poquito” del lado que más me dolía, pero sólo para vaciarlo un poco, y venga otra vez a empezar. Al séptimo día las grietas eran tan grandes y sangraban tanto que me fui al centro de salud. Temía que el dolor ganase la partida y que por evitarlo, abandonase mi empeño en amamantar de forma exclusiva.
     Las recomendaciones médicas fueron varias, como una crema antigrietas que no tenía que quitarme antes de dar el pecho o unas pezoneras de silicona para protegerlo, que a otras madres les ha funcionado. Pero la recomendación que yo seguí fue la siguiente: poner a mi bebé a mamar “más” del pecho agrietado que del que no tenía grietas, aunque suene raro, y tras cada toma, masajear la zona con mi propia leche.
     ¡Pero si me sale sangre! Le dije a la enfermera, y su respuesta fue: “no hay nada más nutritivo para tu bebé que las proteínas de su madre”. Poner a mi bebé en posición correcta y no lavar el pecho después de cada toma sino sólo durante la ducha diaria, también ayudó.
     Así pasamos unos 7 días más, o sea, alrededor de 15 días duró aquella tortura. Cerraba los ojos, aguantaba la respiración, tragaba grueso, se me salían las lágrimas, ponía cara de pocos amigos… pero el dolor fue cada vez a menos, y milagrosamente las grietas también fueron desapareciendo. Era cuestión de “resistir” un poco y mantener la constancia. Cuando no hubo grietas, las dos fuimos más felices.

domingo, 23 de febrero de 2014

Máxima 5: no importa que su primer alimento sea un biberón



            La recuperación de mi cesárea duró unas tres horas, tiempo que permanecí en una sala de recuperación post-anestésica, separada de mi bebé. Sin pretender crear polémica sobre tal actuación, sin duda no es lo más recomendable para estimular la subida de la leche y estrechar el vínculo entre la madre y su recién nacido.
            A pesar de que en plena cesárea pedí expresamente que no le dieran ningún biberón hasta que me volviese a reencontrar con mi bebé, la pediatra me advirtió que si en ese tiempo veían que “le bajaba la glucosa” tendrían que darle uno. No me quedó más remedio que confiar en los profesionales, segura de que tomarían siempre la mejor decisión para preservar la seguridad de mi bebé.
Cuando me subieron a la habitación me encontré con un padre feliz por haberle dado su primer biberón (que por cierto conserva como un trofeo). “Es que le había bajado la glucosa”, me dijo.
A partir de ese momento, y así cada tres horas, las enfermeras traían el biberón, calentito y listo para su toma, tanto de día como de noche. Y todo hay que decirlo, también me ayudaron a estimular el pecho cuando supieron que mi intención era amamantarla y salir del hospital con lactancia materna exclusiva.
La segunda madrugada, de las tres que pasamos en el hospital, la dediqué por completo a “enseñarle” a mi bebé cómo coger el pecho. La estimulaba, se lo ponía en su boquita, me apretaba el pezón para que saliera un poco de calostro, le humedecía los labios, me reía con ella, le daba besos y la acurrucaba entre mi pecho. Aquella noche no la olvidaré jamás. El padre dormía a nuestro lado.
Poco a poco, tomaba más pecho y menos biberón, y el día que salimos del hospital no tuve necesidad de darle ninguno más. Llegamos a casa y lo único que comía era la leche de mamá. Qué felicidad.

sábado, 22 de febrero de 2014

Máxima 4: la leche sube, a pesar de una cesárea o un parto prematuro



Mi hija pequeña nació por cesárea cinco semanas antes de la fecha prevista. En la semana 34 ingresé en el hospital por un cólico nefrítico, donde estuve 7 días hasta que cumplí las 35 semanas. No se pudo esperar más.
En nada se pareció a lo que había aprendido en el curso de preparación al parto. Ni siquiera se pareció a mi primera experiencia, cuando nació mi hija mayor en la semana 42, también por cesárea, prácticamente de urgencia para evitar sufrimiento fetal. Con esto quiero decir que ni todos los partos son iguales, ni tienen por qué parecerse al “ideal” que nos enseñan en las clases prenatales, lo cual tampoco tiene por qué significar trauma alguno.
La niña pesó 2,980 kilogramos y midió 48 centímetros. Justita dentro de la media. A pesar de todo, la catalogaron como prematura, con los cuidados que ello requiere.
Con este panorama, lo normal era pensar que no subiría la leche. Prematura ella, con una cesárea antes de tiempo yo, sin haber segregado una gota de calostro durante el embarazo, se antojaba el cuadro perfecto para criarla con biberón. Pero no fue así.
Cuando pude me la puse al pecho para estimular la subida de leche, y el calostro apareció entonces al cabo de unas horas. Tres días después “subió” la leche. La paciencia, las ganas de amamantar y, por supuesto, las hormonas, ganaron la partida, a pesar de las “sugerencias” de algunas enfermeras, las visitas y hasta parte de la familia por mantener el biberón. La lactancia materna había comenzado con éxito. Y tan felices.