"Consejos desde la experiencia para mamás inquietas que se preguntan cómo alimentar a su bebé sin morir en el intento"

lunes, 24 de febrero de 2014

Máxima 6: las grietas en el pezón acaban curándose


     Fue ponerme a mi bebé y comenzar a dolerme el pecho. Más el izquierdo que el derecho. No sé por qué. Durante el embarazo me había estado aplicando una de las mejores cremas del mercado para el cuidado del pezón y la prevención de las grietas. Se suponía que no iban a aparecer. Pero aparecieron. 
     Comenzaron a salir en el hospital. Cada vez que mi bebé mamaba, el dolor era más fuerte. Las primeras horas, además, estaba acompañado de un dolor en el útero, que si no es porque sabes que “es bueno”, acabarías pensando que algo va mal.
     Mi mente me decía que tenía que ponerla al pecho, que esas primeras horas eran vitales para la “subida” de la leche. Pero mi cuerpo se negaba, era como si huyera de aquello que le producía dolor. Afortunadamente la mente ganaba la partida, ayudada por el instinto y el amor de madre.
     Cuando llegamos a casa, al tercer día, el pezón izquierdo sangraba un poco, con lo cual rehuía a ponerla de ese lado. Al cabo de las horas, se vaciaba más el derecho a la vez que se llenaba más el izquierdo. Me la ponía entonces “un poquito” del lado que más me dolía, pero sólo para vaciarlo un poco, y venga otra vez a empezar. Al séptimo día las grietas eran tan grandes y sangraban tanto que me fui al centro de salud. Temía que el dolor ganase la partida y que por evitarlo, abandonase mi empeño en amamantar de forma exclusiva.
     Las recomendaciones médicas fueron varias, como una crema antigrietas que no tenía que quitarme antes de dar el pecho o unas pezoneras de silicona para protegerlo, que a otras madres les ha funcionado. Pero la recomendación que yo seguí fue la siguiente: poner a mi bebé a mamar “más” del pecho agrietado que del que no tenía grietas, aunque suene raro, y tras cada toma, masajear la zona con mi propia leche.
     ¡Pero si me sale sangre! Le dije a la enfermera, y su respuesta fue: “no hay nada más nutritivo para tu bebé que las proteínas de su madre”. Poner a mi bebé en posición correcta y no lavar el pecho después de cada toma sino sólo durante la ducha diaria, también ayudó.
     Así pasamos unos 7 días más, o sea, alrededor de 15 días duró aquella tortura. Cerraba los ojos, aguantaba la respiración, tragaba grueso, se me salían las lágrimas, ponía cara de pocos amigos… pero el dolor fue cada vez a menos, y milagrosamente las grietas también fueron desapareciendo. Era cuestión de “resistir” un poco y mantener la constancia. Cuando no hubo grietas, las dos fuimos más felices.

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